miércoles, 30 de octubre de 2013

Las mejores películas del cine negro norteamericano


     Existe gran unanimidad a la hora de considerar el cine negro como una de las páginas más brillantes de la historia de la cinematografía estadounidense. En cambio, no existe el mismo consenso a la hora de precisar qué es exactamente el cine negro. La mayoría de críticos e historiadores cinematográficos coinciden en afirmar que el film noir cuenta con algunos destacados precedentes en los últimos años del cine mudo —sobre todo la excelente La ley del hampa (Underworld, Josef von Sternberg, 1927)— pero que es con la llegada del cine sonoro cuando consolida sus principales señas de identidad, tanto temáticas (la descripción del mundo del hampa, la mirada crítica a la sociedad de su tiempo, la presencia de detectives, gangsters y femmes fatales) como estilísticas (fotografía en un contrastado blanco y negro, ambientación realista en las grandes ciudades). De este modo, el cine negro hallaría su momento de esplendor entre la década de los años 30 y la de los 50, reflejando indirectamente la angustia producida por un contexto histórico de especial gravedad (marcado sucesivamente por la Gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial, el inicio de la Guerra Fría y la Caza de Brujas) y producido durante la edad de oro del cine de Hollywood (fuertemente condicionado en aquellos momentos por la política de estudios, las actividades censoras del Código Hays y la llegada a América de numerosos cineastas que huían del ascenso de los fascismos europeos).

     Sin embargo, no todos se ponen de acuerdo a la hora de marcar el punto final del cine negro. No son pocos quienes afirman que el film noir sigue existiendo, siendo por tanto un género capaz de adaptarse a los inevitables cambios estilísticos y a nuevas temáticas; de ahí que, para muchos, películas como Chinatown (id, Roman Polanski, 1974), Uno de los nuestros (Goodfellas, Martin Scorsese, 1990), Atrapado por su pasado (Carlito's way, Brian de Palma, 1993), Sospechosos habituales (The usual suspects, Bryan Singer, 1995) o L.A. Confidential (id, Curtis Hanson, 1997) puedan ser consideradas como pertenecientes al género negro. En cambio, un gran número de estudiosos del mundo del cine —como por ejemplo Paul Schrader en su famoso artículo Notas sobre el film noir (1972)— insisten en catalogar el cine negro como un movimiento que finaliza en la segunda mitad de los años 50 y que encuentra su definitiva desaparición con la popularización del cine en color. Por otro lado, también hay quien afirma que el cine negro no es un fenómeno desarrollado exclusivamente en los Estados Unidos y que títulos como El tercer hombre (The third man, Carol Reed, 1949), Rififí (Du rififi chez les hommes, Jules Dassin, 1955) o casi todos los dirigidos por Jean-Pierre Melville son tan negros como los clásicos norteamericanos. Asimismo, también cabe tener en cuenta que no todas las películas de temática criminal producidas en el Hollywood clásico pueden enmarcarse dentro del cine negro, como sucede por ejemplo con el cine de Alfred Hitchcock, de un estilo tan diferente al de los films noirs realizados por Billy Wilder, Fritz Lang o Raoul Walsh.

     Sea como fuere, si algo está claro en un género tan oscuro como el negro es que éste legó un grupo de obras excepcionales por las que no pasa el tiempo. Es por ello que no he podido resistirme a confeccionar una lista de mis películas favoritas pertenecientes al cine negro. A la hora de escoger unos títulos en lugar de otros he preferido ceñirme a la etapa clásica del cine norteamericano, aquélla que todos se ponen de acuerdo en señalar como la época dorada del cine negro. Lo que sigue es una docena de películas inolvidables que se han ganado un puesto de honor en la historia del cine.

1. Perdición
de Billy Wilder


     Cuando el mejor guionista de la historia del cine, Billy Wilder, decidió colaborar con uno de los autores fundamentales de la novela negra, Raymond Chandler, para adaptar una novela de otro de los grandes maestros del género, James M. Cain, se inició el proceso creativo que daría como resultado una de las cumbres del cine negro. Perdición (Double indemnity, 1944) no solo es eso, también es una de las obras maestras de Wilder junto con El crepúsculo de los dioses (Sunset Blvd., 1950), Con faldas y a lo loco (Some like it hot, 1959), El apartamento (The apartment, 1960) y Uno, dos, tres (One, two, three, 1961). Perdición es una de esas pocas películas en las que cada uno de sus elementos funciona a la perfección: desde la magnífica utilización del flashback y de la voz en off hasta los ingeniosos diálogos, pasando por la irresistible química de la pareja formada por Fred MacMurray y Barbara Stanwyck. Pero quizá lo más fascinante de Perdición consiste en su retrato de una amistad traicionada, la que une al carismático MacMurray con un insuperable Edward G. Robinson.

2. Retorno al pasado
de Jacques Tourneur


     Ninguna otra obra perteneciente al cine negro puede presumir de la espléndida combinación de romanticismo y nostalgia de la que hace gala Retorno al pasado (Out of the past, 1947). Dirigida por el maestro de la Serie B Jacques Tourneur, Retorno al pasado describe como pocas películas la soledad del detective privado y el contraste entre la corrupción de la ciudad y la pureza de la vida en el campo, contando además con uno de los personajes femeninos más representativos del género. El flashback que describe la historia de amor de Robert Mitchum y Jane Greer en Acapulco es uno de los fragmentos más bellos y suntuosos del cine de los años 40.

3. La mujer del cuadro
de Fritz Lang


     Si existe un maestro por antonomasia del cine negro ese es sin duda Fritz Lang, quien tras anticipar muchos de los rasgos estilísticos del género en su etapa alemana filmó en los Estados Unidos títulos tan indispensables como Furia (Fury, 1936), Sólo se vive una vez (You only live once, 1937), La mujer del cuadro (The woman in the window, 1944), Los sobornados (The big heat, 1953) o Más allá de la duda (Beyond a reasonable doubt, 1956). Cualquiera de los títulos citados merecería figurar en esta lista, pero quizá sea La mujer del cuadro la más memorable aportación de Lang al film noir. Los deseos reprimidos y los temores ocultos del ciudadano medio norteamericano fueron tratados por el gran realizador germánico con una peculiar atmósfera onírica, logrando además un final sencillamente imborrable.

4. Al rojo vivo
de Raoul Walsh


     Si Lang es uno de los grandes autores del género, lo mismo puede decirse de Raoul Walsh. Aunque este cineasta dedicó varias obras a la serie negra, la más inolvidable de todas ellas es Al rojo vivo (White heat, 1949), tanto por su ritmo imparable (que para sí querría buena parte del cine de acción contemporáneo) como por Cody Jarrett, el inolvidable criminal encarnado por un James Cagney en estado de gracia. Impulsivo, violento y megalomaníaco, Jarrett es un personaje situado siempre al borde del abismo que se encarga de protagonizar algunos de los momentos más impactantes del cine clásico, en especial una secuencia final merecedora de figurar entre los mejores desenlaces del género.

5. Scarface, el terror del hampa
de Howard Hawks


     La década de los años 30 fue pródiga en cuanto al cine de gangsters gracias a títulos tan destacados como El enemigo público (The public enemy, William A. Wellman, 1932), Hampa dorada (Little Caesar, Mervyn LeRoy, 1932) o Los violentos años 20 (The roaring twenties, Raoul Walsh, 1939). Sin embargo, ninguna de la películas citadas posee ni la fuerza ni la explosiva carga de violencia de Scarface, el terror del hampa (Scarface, 1932). Protagonizada por un electrizante Paul Muni, Scarface, el terror del hampa es una de las obras más impresionantes de Howard Hawks, quien desplegó toda su inventiva para retratar a un hampón dispuesto a acabar con quien sea con tal de demostrar que el mundo es suyo. 

6. Forajidos
de Robert Siodmak


     Inspirada en un excelente relato corto de Ernest Hemingway, Forajidos (The killers, 1946) es una muestra del talento del director alemán Robert Siodmak para el film noir. Tras una de las secuencias iniciales más brillantes del género, Forajidos se adentra en una compleja trama criminal narrada mediante varios flashbacks que nos descubren la triste y desesperanzada historia de Ole Andreson, más conocido como El Sueco, primer personaje cinematográfico interpretado por el gran Burt Lancaster. Dotada de una espléndida fotografía en claroscuro, Forajidos es una obra maestra que atesora una de las secuencias más inolvidables del cine negro: el atraco a la fábrica, filmado en un largo plano secuencia impecablemente coreografiado.

7. La jungla de asfalto
de John Huston


     John Huston consiguió con La jungla de asfalto (The asphalt jungle, 1950) una de las obras clave del cine de atracos y la que quizá sea su mejor película junto con El honor de los Prizzi (Prizzi's honor, 1985). Pocos cineastas han retratado con tanta humanidad a los variopintos delincuentes que se mueven en los bajos fondos de la ciudad; en este sentido, la película no habría sido la misma sin la aportación de sus actores, todos magníficos aunque Louis Calhern y Sam Jaffe merezcan menciones especiales. Todo ello sin olvidar al Dix encarnado por Sterling Hayden, papel que el actor prácticamente repetiría en Atraco perfecto (The killing, Stanley Kubrick, 1956) y que en la película de Huston protagoniza uno de los finales más hermosos de la historia del cine.

8. Noche en la ciudad
de Jules Dassin


     "La noche y la ciudad", reza el título original de esta maravillosa película de Jules Dassin. Puede que no existan dos elementos más indispensables para el género negro que esos, aunque pocas veces fueron tan bien tratados como en Noche en la ciudad (Night and the city, 1950). Un extraordinario Richard Widmark trata de sobrevivir en las sombrías y claustrofóbicas calles de Londres en este apasionante relato criminal, que entre otras muchas cosas cuenta con la particularidad de sustituir el mundo del boxeo por el de la lucha grecorromana.

9. El último refugio
de Raoul Walsh


     A Raoul Walsh se debe la creación de dos de los personajes más memorables del cine de gangsters: el Cody Jarrett de Al rojo vivo y el Roy Earle de El último refugio (High Sierra, 1941). Mucho más humano y cercano que Jarrett, el Roy Earle interpretado por un perfecto Humphrey Bogart es un antihéroe abocado al mundo del crimen por culpa de la Gran Depresión, una víctima de su época que, al igual que los protagonistas de Retorno al pasado y La jungla de asfalto, solo desea escapar de las grandes urbes para encontrar la paz en la naturaleza. En una muestra de su experimentación con los géneros cinematográficos, Walsh recuperaría el argumento de El último refugio llevándolo a los terrenos del western en la apreciable Juntos hasta la muerte (Colorado territory, 1949).

10. Laura
de Otto Preminger


     "Jamás olvidaré el fin de semana en el que murió Laura", dice la primera línea del guión de la misteriosa película de Otto Preminger. Tal vez sea por la deslumbrante belleza de Gene Tierney o por la elegante puesta en escena del director de Cara de ángel (Angel face, 1952), pero el caso es que pocas películas resultan tan fascinantes como Laura (id, 1944). Quizá su atmósfera ensoñadora tan solo pueda ser comparada con la de La mujer del cuadro, hasta el punto de que Preminger consigue que nos preguntemos si estamos contemplando la resolución de un caso de asesinato o si todo consiste en la fantasía onírica del detective encarnado por Dana Andrews.

11. El sueño eterno
de Howard Hawks


     Humphrey Bogart se consolidó como uno de los grandes iconos del género al interpretar a los dos detectives privados más influyentes de la novela negra: Sam Spade en El halcón maltés (The maltese falcon, John Huston, 1941) y Philip Marlowe en El sueño eterno (The big sleep, Howard Hawks, 1946). Sin negar el interés de la película de Huston, personalmente prefiero la de Hawks. El propio director reconocía no estar del todo seguro de comprender todos los entresijos de la trama de El sueño eterno, pero poco importa: como siempre sucede en las mejores películas del responsable de Sólo los ángeles tienen alas (Only angels have wings, 1939), lo verdaderamente importante no es la historia que se narra, sino la brillante descripción de los personajes y de las relaciones que surgen entre ellos. El sueño eterno no es una excepción: pocas cosas pueden resultar más apasionantes que contemplar la fascinante química de la pareja formada por Humphrey Bogart y Lauren Bacall en la mejor de sus reuniones cinematográficas.

12. Sed de mal
de Orson Welles


     Para muchos la última obra maestra del cine negro, Sed de mal (Touch of evil, 1958) es también la mejor aportación de Orson Welles al género, muy por encima de las ya de por sí apreciables El extraño (The stranger, 1946) y La dama de Shanghai (The lady from Shanghai, 1947). Sed de mal es probablemente el film noir más barroco y enfermizo de cuantos existen, un verdadero tour de force que se inicia con un prodigioso plano secuencia de más de tres minutos de duración y que concluye con una no menos virtuosa escena de suspense desarrollada en la frontera entre Estados Unidos y México. Pero más allá de los malabarismos cinematográficos de su autor, Sed de mal permanece como una de las más interesantes aproximaciones fílmicas a la temática de la corrupción policial, representada por el genial personaje del capitán Quinlan al que da vida el propio Welles.

domingo, 3 de marzo de 2013

Las mejores películas de 2012




     Como ya es tradición en este blog, ofrezco a continuación una selección de mis películas favoritas de la pasada temporada. Como siempre me centraré en el cine estrenado en España a lo largo del año anterior, en lo que no es más que una excusa tan buena como cualquier otra para recomendar diez apreciables películas.

1. La invención de Hugo 
de Martin Scorsese


     Cuando parecía que ya lo sabíamos todo sobre Martin Scorsese, va el maestro y nos sorprende con La invención de Hugo (Hugo, 2011), sin lugar a dudas una de sus mejores películas. Espectacular, emocionante y divertida, La invención de Hugo es una fiesta para los sentidos y una extraordinaria celebración del cine como la mayor fábrica de sueños jamás creada. Algunos fragmentos de la película, concretamente los dedicados a la juventud del cineasta Georges Méliès al que encarna un memorable Ben Kingsley, deberían ser proyectados en los centros de enseñanza para explicar los orígenes del séptimo arte.

2. Skyfall 
de Sam Mendes


     El agente 007 ha celebrado su quincuagésimo cumpleaños de la mejor forma posible, estrenando una de sus mejores películas y demostrando que se encuentra en uno de los mejores momentos de su ya larga existencia. Brillantemente realizada por Sam Mendes y bellamente fotografiada por Roger Deakins, Skyfall (id, 2012) reivindica los rasgos más puros del incomparable estilo de James Bond. Y todo ello sin descuidar en ningún momento el espectáculo, dejando para el recuerdo un villano tan memorable como el interpretado por Javier Bardem y una media hora final que todo fan de 007 aplaudirá a rabiar.

3. En la casa 
de François Ozon


     El poder de la narración, el proceso creativo de la escritura literaria, la débil línea que separa la ficción de la realidad, la complejidad de las relaciones entre alumno y profesor, la disección de la familia de clase media... En la casa (Dans la maison, 2012) reflexiona sobre temas tan interesantes como estos alcanzando la brillantez gracias a una atenta dirección de François Ozon, a un espléndido guión basado en la obra teatral de Juan Mayorga y a un sensacional grupo de actores, entre los que sobresale un sensacional Fabrice Luchini como el profesor Germain. El plano final de la película es uno de los mejores que el cine nos ha regalado en mucho tiempo.

4. The deep blue sea 
de Terence Davies


     Narrada con mano maestra por Terence Davies, The deep blue sea (id, 2011) es una película situada a medio camino entre el cine clásico y el contemporáneo. Por un lado la elegancia de su puesta en escena y su desgarradora historia de amor recuerdan a clásicos de David Lean como Breve encuentro (Brief encounter, 1945) o Amigos apasionados (The passionate friends, 1949); por el otro, la ordenación cronológica del relato y la descripción que Davies ofrece sobre la deprimida sociedad británica de posguerra transmiten una mirada de una gran modernidad. La extraordinaria interpretación de Rachel Weisz contribuye a engrandecer una película ya de por sí notable.

5. La vida de Pi 
de Ang Lee


     Con La vida de Pi (Life of Pi, 2012) el cineasta Ang Lee ha realizado una de las mejores películas de aventuras de las últimas décadas, desplegando una apabullante puesta en escena con la complicidad del gran director de fotografía Claudio Miranda. Pero gracias a su brillante vuelca de tuerca final, La vida de Pi se convierte además en una espléndida reflexión sobre cómo la evocación de los recuerdos puede embellecerlos hasta llegar a deformarlos, en una emotiva reivindicación del arte de contar historias cuanto más fantasiosas mejor.

6. Moonrise kingdom 
de Wes Anderson


     Wes Anderson filma sus películas con la misma ilusión con la que un niño prueba sus juguetes nuevos. En Moonrise kingdom (id, 2012) el director de esa indescriptible joya titulada Life aquatic (The life aquatic with Steve Zissou, 2004) realiza un nostálgico retrato del primer amor y de los últimos episodios de la infancia, haciendo gala de su personal gusto estético y de su preferencia por unos personajes repletos de peculiaridades. A destacar la riqueza de su banda sonora, en la que una evocadora canción de François Hardy y varias piezas sinfónicas de Benjamin Britten se combinan a la perfección con la estupenda partitura original de Alexandre Desplat.

7. Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres 
de David Fincher


     Con esta película David Fincher regresa al thriller de asesinos en serie, género que domina a la perfección tal y como demuestran obras tan memorables como Seven (id, 1995) o Zodiac (id, 2007). Dotada de un fascinante look visual, Millennium: Los hombres que no amaban a las mujeres (The girl with the dragon tattoo, 2011) demuestra que lo que en manos de un realizador mediocre no habría pasado de ser una película del montón, en manos de un maestro como Fincher se convierte en un brillante ejercicio de estilo. Mención especial para Daniel Craig y Rooney Mara, ambos excelentes a la hora de encarnar a unos personajes muy diferentes entre sí pero unidos por su desamparo.

8. Argo 
de Ben Affleck


     En Argo (id, 2012) Ben Affleck nos traslada a la crisis de los rehenes de Irán recuperando el tono del mejor thriller político de los años 70 y realizando una irónica y divertida muestra de cine dentro del cine. La solidez del resultado confirma el buen sabor de boca dejado por Adiós pequeña, adiós (Gone baby gone, 2007) y The town. Ciudad de ladrones (The town, 2010), los dos anteriores largometrajes de Affleck, quien en esta ocasión nos regala una media hora final cargada de emoción y suspense.

9. Prometheus 
de Ridley Scott


     Con todos sus defectos e imperfecciones, Prometheus (id, 2012) demuestra que no existe mejor género para Ridley Scott que el de la ciencia ficción. Uno de los grandes aciertos de Prometheus es que no solo funciona como un brillante complemente de la mítica Alien (id, 1979), sino que, sobre todo a través del androide magistralmente interpretado por Michael Fassbender, traza nexos en común con la no menos célebre Blade Runner (id, 1982), dotando de gran cohesión a toda la obra fílmica de Scott enmarcada dentro del cine futurista. Una película que probablemente mejorará con el paso de los años.

10. El caballero oscuro: La leyenda renace 
de Christopher Nolan


     Con El caballero oscuro: La leyenda renace (The dark knight rises, 2012) Christopher Nolan pone punto final a su visión sobre el hombre murciélago, una trilogía convertida ya en un referente por lo que respecta a las relaciones entre el cine y el cómic. Aunque no alcanza la excelencia del segundo capítulo de la serie, El caballero oscuro: La leyenda renace se erige como una conclusión atractiva y coherente que, entre otras cosas, nos regala una de las mejores secuencias del año: el brutal enfrentamiento entre Batman (Christian Bale) y Bane (Tom Hardy) en el subsuelo de la ciudad de Gotham.

jueves, 29 de noviembre de 2012

El pasado de James Bond: SKYFALL



     En una secuencia de American Beauty (id, 1999), el formidable debut en la realización de Sam Mendes, Lester Burnham (Kevin Spacey) acude a regañadientes a una cena de negocios de su esposa Carolyn (Annette Bening) comentando que preferiría haberse quedado en casa disfrutando de un maratón televisivo de películas de James Bond. Probablemente el propio Mendes no podía ni imaginar por aquel entonces que acabaría dirigiendo Skyfall (id, 2012), la tercera película de 007 protagonizada por Daniel Craig, actor a quien ya dirigió en la estupenda Camino a la perdición (Road to Perdition, 2002). Pero más allá de la situación de embarcarse en una franquicia cinematográfica con cincuenta años de antigüedad firmemente controlada por los productores Michael G. Wilson y Barbara Broccoli, lo cierto es que la labor de Mendes no ha podido resultar más brillante. Haciendo gala de una gran honestidad profesional, el cineasta británico ha logrado imprimir su talento visual a la película sin permitir que su estilo personal se imponga al patrón narrativo de la serie Bond, lo que por otro lado no impide que Skyfall muestre una gran personalidad dentro de la saga ni que guarde ciertos elementos en común con el resto de la filmografía de Mendes.

     Siguiendo el camino abierto por la magnífica Casino Royale (id, Martin Campbell, 2006), Skyfall bucea en la personalidad de James Bond sacando a la luz sus puntos débiles e indagando en los oscuros hechos de su pasado que le llevaron a convertirse en el mejor de los agentes secretos. El comienzo de la película ya deja bien claro el propósito de mostrar la faceta más humana de su protagonista: durante una peligrosa operación en Estambul, 007 recibe la desagradable orden de desatender a un compañero moribundo para perseguir al intruso que ha puesto en peligro la seguridad del MI6; minutos después, la superintendente M (una excelente Judi Dench) desconfía de que Bond pueda cumplir con éxito su misión y ordena un disparo que por error acaba hiriendo al agente británico. En una situación completamente inédita en la serie, un James Bond herido y humillado a consecuencia de la falta de confianza demostrada por su mentora decidirá hacerse pasar por muerto y vivir momentáneamente apartado de ese mundo de espías que le ha llevado a las puertas de la muerte. A pesar de todo 007 no tardará en reincorporarse al servicio secreto británico, pues en el fondo sabe que su trabajo como espía es lo único que da sentido a su vida. No obstante cuando lo haga las cosas en el MI6 serán muy distintas a como eran antes, pues no solo su relación con M se habrá enfriado sino que la existencia de los agentes con licencia para matar empezará a ser considerada como prescindible.

     Este punto de la trama sirve a los responsables de la película para reflexionar sobre la valía que en el cine contemporáneo puede tener un personaje tan aparentemente anclado en la década de los 60 como Bond. En ese sentido resulta enormemente significativa la sucesión de pruebas físicas y psicológicas que Bond debe superar antes de reincorporarse al servicio activo y en las que el agente da muestras de un notable desgaste: su puntería ya no es la que era, los ejercicios físicos le producen una gran fatiga y sus análisis sanguíneos muestran una preocupante adicción al alcohol y a los medicamentos. Este deterioro le producirá a 007 más de un problema a la hora de completar su misión: sin ir más lejos, un error de puntería cometido durante un sádico juego con el villano Silva (un brillante Javier Bardem) provocará indirectamente la muerte de la hermosa Sévérine (Bérénice Marlohe). No obstante este cuestionamiento de Bond como héroe, paralelo al descrédito que se gana M ante una comisión de investigación que cuestiona su labor al frente del MI6, será zanjado por el protagonista con una reivindicación de sí mismo como un representante de lo clásico y lo tradicional. “Para ciertas cosas estoy chapado a la antigua”, le comenta Bond a la agente Eve (Naomie Harris) mientras se afeita con navaja, a lo que la mujer responde “a veces lo antiguo es lo mejor”. Significativamente durante la batalla final, más propia de un western que de una cinta de acción, el agente británico renunciará a usar sus habituales artilugios modernos para enfrentarse a sus enemigos con armas de fuego o, en última instancia, con un simple cuchillo. La última secuencia de la película, con 007 recibiendo una misión en el nuevo despacho de M, idéntico al que aparecía en las primeras películas de la serie protagonizadas por Sean Connery, muestra a un héroe recompuesto tras un necesario retorno a los orígenes, en una evidente metáfora sobre el rumbo que ha tomado la saga desde la llegada del gran Daniel Craig.

     No resulta de extrañar que, en una aventura que cuestiona la existencia del propio Bond en el siglo XXI, su principal enemigo tenga tanto que ver con él, hasta el punto de mostrarse como su reflejo inverso. Y es que Silva, tan inquietante y excesivo como los mejores villanos de la saga, guarda numerosas similitudes con 007, pues no solo trabajó en el servicio secreto británico sino que también estuvo a punto de morir por culpa de M, quien delató a su agente por considerar que sus discutibles métodos ponían en peligro la devolución de Hong Kong a China. Sam Mendes recalca las personalidades contrapuestas pero complementarias de Bond y Silva durante la primera aparición del villano, con un largo plano general en el que Silva se acerca lentamente a la cámara mientras recita un monólogo revelador acerca del carácter anacrónico de ambos oponentes. Curiosamente la relación casi materno-filial que tanto Bond como Silva mantienen con M (a quien el villano se refiere como “madre”) recuerda en muchos sentidos a los vínculos que unían a Michael Sullivan (Tom Hanks) y a Connor Rooney (Daniel Craig) con el mafioso John Rooney (Paul Newman), superior del primero y padre del segundo, en Camino a la Perdición; de hecho las conclusiones de ambas películas son hasta cierto punto comparables, pues el viaje de Bond a Skyfall trae a la memoria el regreso de Michael a Perdición, una localidad costera en la que había residido en el pasado y donde se producía su enfrentamiento final con el asesino Maguire (Jude Law).

     Es precisamente durante el desenlace de la trama cuando finalmente cobra sentido el título de la película. Palabra mencionada durante la primera parte del largometraje pero cuyo auténtico significado no se desvela hasta mucho más tarde, “Skyfall” representa para Bond lo mismo que “Rosebud” representaba para el protagonista de Ciudadano Kane (Citizen Kane, Orson Welles, 1941): una palabra mágica que retrotrae a la infancia, a la inocencia, al origen de todas las cosas. Skyfall es nada menos que la mansión escocesa en la que Bond se crió en compañía de sus padres hasta que éstos fallecieron en un accidente de alpinismo; un pasado, en definitiva, que el protagonista siempre se ha encargado de guardar en secreto, al igual que esa fabulosa casa custodiada por el anciano Kincade (un espléndido Albert Finney). Es a ese pasado al que Bond deberá regresar cuando compruebe que solo puede derrotar a Silva llevando la batalla a su propio terreno y asumiendo para siempre las heridas de su infancia. De este modo no podría existir mejor escenario para la lucha final entre 007 y Silva que la capilla situada junto a la tumba de los padres de Bond, mientras que la reducción de Skyfall a cenizas supone la representación simbólica de ese pasado que por fin ha sido superado por el protagonista.

     Si el personaje creado por Ian Fleming ha sabido renovarse volviendo la vista a su propia tradición literaria y cinematográfica sin renunciar por ello a ciertos apuntes contemporáneos, la puesta en escena de Mendes, de una belleza y una elegancia sin precedentes dentro de la saga Bond, también apuesta por una acertada combinación de clasicismo y modernidad. De este modo el director de Revolutionary road (id, 2008) ubica a su protagonista en un mundo cosmopolita en el que tienen cabida lujosos rascacielos y suntuosas instalaciones flotantes, pero también túneles subterráneos, ciudades abandonadas y viejas residencias situadas en inhóspitos parajes. Lo mismo puede decirse de los momentos de acción, que sin renunciar a la espectacularidad apuestan por la tradición y el buen gusto: véase la escena en la que Bond sigue a uno de los hombres de Silva hasta un vanguardista edificio de Shanghái, en la que el juego de luces, sombras y reflejos dota de personalidad a una secuencia que puede ser vista como una reelaboración del famoso tiroteo en la sala de espejos de La dama de Shanghái (The lady from Shanghai, Orson Welles, 1947). No menos brillante resulta la aportación de los colaboradores habituales de Mendes, entre ellos el gran compositor Thomas Newman, quien conjuga con maestría su propio estilo con el universo musical de 007, y el prestigioso operador Roger Deakins, responsable de la que en mi opinión ya puede ser considerada como la mejor fotografía de toda la saga, tal y como atestiguan imágenes tan fascinantes como la llegada en barca al casino de Macao o la visita de Bond al paisaje escocés en el que creció.

     Como no podía ser de otro modo tratándose de un título que reivindica la tradición fílmica de 007, Skyfall homenajea a las anteriores entregas de la saga con multitud de guiños y referencias, algunas bastante significativas. Así, la idea de que Bond sea dado por muerto al principio de la película está retomada de Sólo se vive dos veces (You only live twice, Lewis Gilbert, 1967); el nuevo Q (Ben Whishaw) le entrega a 007 una pistola con sistema de reconocimiento táctil, similar al fusil que aparecía en Licencia para matar (Licence to kill, John Glen, 1989), y un dispositivo con señal de socorro, como la cápsula usada para similares fines en Operación Trueno (Thunderball, Terence Young, 1965); la enfermiza relación que Sévérine mantiene con Silva recuerda a la que mantenían Andrea (Maud Adams) y Scaramanga (Christopher Lee) en El hombre de la pistola de oro (The man with the golden gun, Guy Hamilton, 1974); el relato de las torturas que sufrió Silva tras ser traicionado por M trae a la memoria el calvario que el propio Bond pasaba en las primeras secuencias de Muere otro día (Die another day, Lee Tamahori, 2002); la imagen del protagonista con una mujer muerta en sus brazos rinde tributo al famoso final de Al servicio secreto de Su Majestad (On her majesty’s secret service, Peter Hunt, 1969)… Incluso el estrafalario aspecto físico de Silva no deja de recordar a otros grandes villanos de la saga: el tinte rubio de su cabello coincide con el de Max Zorin (Christopher Walken) en Panorama para matar (A view to a kill, John Glen, 1985), mientras que los escalofriantes estragos que el cianuro ha provocado en su rostro retrotraen a peculiaridades físicas tan llamativas como la cicatriz que cruza la cara de Blofeld (Donald Pleasence) en Sólo se vive dos veces, la dentadura metálica de Tiburón (Richard Kiel) en La espía que me amó (The spy who loved me, Lewis Gilbert, 1977), la bala alojada en el cráneo de Renard (Robert Carlyle) en El mundo nunca es suficiente (The world is not enough, Michael Apted, 1999) o la disfunción en el conducto lagrimal que provoca que Le Chiffre (Mads Mikkelsen) llore sangre en Casino Royale, por citar tan solo unos pocos ejemplos.

     Más allá del puro homenaje, otras referencias cinéfilas son utilizadas para definir hasta qué punto el Bond de Daniel Craig se acerca o se aleja del de los anteriores actores que dieron vida al personaje. Sin ir más lejos, 007 se sorprende ante la escasa sofisticación de los artilugios proporcionados por Q, a lo que éste responde “¿Qué esperabas, bolígrafos que explotan?”, en una clara referencia a Goldeneye (id, Martin Campbell, 1995), el primer Bond interpretado por Pierce Brosnan. Más adelante, cuando el protagonista decide viajar “al pasado”, se pone al volante de su icónico Aston Martin DB5, armado además con los mismos gadgets que estrenaba Sean Connery en James Bond contra Goldfinger (Goldfinger, Guy Hamilton, 1964). En cierto modo la destrucción de ese mismo coche hacia el final de la película sugiere que cuando James Bond vuelve la vista atrás no lo hace para recrearse en su pasado, sino para reunir fuerzas para encarar el futuro.

     Quizá dentro de unos años seremos los propios espectadores los que echaremos la vista atrás y nos referiremos a Skyfall como a una de las mejores películas de James Bond.


sábado, 27 de octubre de 2012

Las mejores películas de James Bond



     Hasta donde llega mi memoria siempre he sido un admirador de la saga cinematográfica de James Bond, un ciclo de más de veinte películas por las que siento un cariño muy especial. Cincuenta años han pasado desde el debut de Sean Connery como en el mítico agente 007 creado originalmente por el escritor Ian Fleming. Durante estas cinco décadas, Bond ha logrado sobrevivir al fin de la Guerra Fría y al abandono de la franquicia por parte de Connery, quien posteriormente iría siendo reemplazado por otros intérpretes que, cada uno a su modo, aportarían su propia reinterpretación del personaje: George Lazenby, Roger Moore, Timothy Dalton, Pierce Brosnan y Daniel Craig. El quincuagésimo aniversario de la serie Bond y el inminente estreno de Skyfall (id, Sam Mendes, 2012), la prometedora tercera entrega protagonizada por Daniel Craig, hacen de este un momento perfecto para recordar las más brillantes aproximaciones a uno de los grandes iconos de la cultura de masas. Lo que sigue es una selección personal de las diez mejores películas protagonizadas por el más famoso de los agentes secretos durante su primer medio siglo de vida:

1.  James Bond contra Goldfinger


     A pesar de la brillantez de los dos primeros títulos protagonizados por el agente 007, James Bond contra Goldfinger (Goldfinger, Guy Hamilton, 1964) fue la película que marcó definitivamente las características fundamentales de la saga, desatando además el fenómeno de la bondmania en la década de los 60. Y es que todo funciona a la perfección en esta trepidante película: desde la suprema interpretación de Sean Connery, el mejor Bond de la historia, hasta la formidable encarnación de Gert Fröbe como el malvado Goldfinger, pasando por la famosa canción de los títulos de crédito interpretada por Shirley Bassey o la excelente banda sonora de John Barry, el compositor que definió para siempre el estilo musical del personaje. Dos escenas para el recuerdo: el descubrimiento de una chica Bond (Shirley Eaton) cubierta de pintura de oro y la secuencia en la que un indefenso y maniatado 007 trata de convencer a Goldfinger para que le libere mientras un rayo láser avanza lentamente hacia su entrepierna…

2. Casino Royale


     Con Casino Royale (id, Martin Campbell, 2006) la saga Bond tomó un drástico cambio de rumbo, eliminando la continuidad con las anteriores aventuras cinematográficas de 007 para narrar sus inicios en el mundo del espionaje. Pero lo realmente sorprendente de esta película es cómo consigue adaptar la primera novela de Ian Fleming mejorándola en muchos aspectos y tomándola como pretexto para trasladar la esencia de Bond al siglo XXI. Daniel Craig no podría haber empezado con mejor pie su andadura en la saga, interpretando a un Bond más frío, duro e implacable que nunca pero con una serie de defectos que le humanizan. A destacar el resto del memorable reparto, con una fascinante Eva Green, un inquietante Mads Mikkelsen, un entrañable Giancarlo Giannini y una Judi Dench mejor aprovechada que en sus anteriores apariciones en la serie.

3. Desde Rusia con amor


     Basada en la que para muchos es la mejor novela de Fleming, Desde Rusia con amor (From Russia with love, Terence Young, 1963) es la entrega en la que toma protagonismo SPECTRA, la misteriosa organización criminal capitaneada por Ernst Stavro Blofeld, un villano de esquiva presencia que recuerda poderosamente al doctor Mabuse de Fritz Lang. Las referencias no acaban ahí, pues Desde Rusia con amor es también la película más hitchcockiana de la serie, en la que no faltan ni el macguffin (la Lektor, una máquina decodificadora codiciada por Bond, por los soviéticos y por SPECTRA) ni un largo fragmento situado en un tren plagado de espías: el cara a cara que se produce entre Bond y el despiadado asesino Red Grant (un excelente Robert Shaw) en un pequeño compartimento del Orient Express está cargado de emoción y suspense.

4. Licencia para matar


     De todos los intérpretes que han dado vida a Bond, Timothy Dalton es sin duda el más infravalorado. Con tan solo dos películas Dalton consiguió humanizar al espía creado por Ian Fleming poniendo el acento en los claroscuros de su personalidad y mostrándolo como un asesino cansado de su trabajo. Licencia para matar (Licence to kill, John Glen, 1989) no solo supone la mejor aproximación de Dalton al personaje, sino también el episodio más violento y visceral de la filmografía bondiana, con 007 abandonando momentáneamente sus obligaciones en el servicio secreto británico para llevar a cabo una venganza personal contra el barón de la droga Frank Sanchez (Robert Davi). Un título a reivindicar de una vez por todas como una de las mejores películas de acción de los años 80.

5. Al servicio secreto de Su Majestad


     Considerada durante años como un fracaso por ser la única película de la serie protagonizada por George Lazenby, Al servicio secreto de Su Majestad (On her majesty’s secret service, Peter Hunt, 1969) ha visto cómo su prestigio aumentaba con el paso de los años. Y no es para menos, pues estamos ante la aventura más romántica de Bond que sigue sorprendiendo por su arriesgado desenlace. Las persecuciones en la nieve se encuentran entre lo más espectacular de la saga y el escaso carisma de Lazenby (quien en cambio aportó una notable vulnerabilidad al personaje que se echa en falta en otros títulos) está compensado por las brillantes actuaciones de Diana Rigg y Telly Savalas, este último el mejor Blofeld que ha dado el cine. La película se ve beneficiada además por la mejor banda sonora de la serie, en la que la magistral partitura de John Barry está complementada por la espléndida canción “We have all the time in the world” interpretada por Louis Armstrong.

6. La espía que me amó


     A pesar de ser ya la tercera película con Roger Moore en el papel de James Bond, La espía que me amó (The spy who loved me, Lewis Gilbert, 1977) es la entrega que contiene las principales características que definirán la etapa protagonizada por este actor inglés: espectacularidad por todos los lados, decorados imaginativos y llenos de fantasía, un sentido del humor que recorre toda la trama y un villano dispuesto a destruir el mundo, en este caso Stromberg (Curd Jürgens), un misántropo amante del mar con más de un punto en común con el Capitán Nemo creado por Julio Verne. Pero si por algo destaca esta película es por contener una de las historias de amor más interesantes de toda la saga, la que protagonizan el agente 007 y la espía soviética Triple X a la que da vida una irresistible Barbara Bach. La canción “Nobody does it better”, interpretada por Carly Simon, es uno de los grandes clásicos musicales de la serie.

7. Sólo para sus ojos


     Tras algunos excesos en entregas anteriores, que habían situado al espía británico al borde de la autoparodia, Roger Moore regresó a un tratamiento más serio y verosímil con Sólo para sus ojos (For your eyes only, John Glen, 1981). Este cambio de rumbo fue muy apreciable gracias a un interesante guión que, más allá de sus puntos de contacto con Desde Rusia con amor, se caracteriza por narrar la historia de varias venganzas entrecruzadas: la de Bond contra el asesino de uno de sus aliados, la de Melina (Carole Bouquet) contra el responsable de la muerte de sus padres y la del contrabandista Columbo (Topol) contra el traidor que trata de inculparle varios crímenes. A reseñar secuencias de acción tan logradas como aquella en la que Bond y Melina son arrastrados por unas aguas repletas de tiburones, así como la carismática presencia de Topol en el papel de ese simpático Columbo situado a ambos lados de la ley.

8. Agente 007 contra el doctor No


     El primer largometraje protagonizado por James Bond posee un encanto al que no resulta fácil resistirse. Con una primera parte centrada en una investigación casi policial y una segunda de aventuras exóticas al estilo de El malvado Zaroff (The most dangerous game, Irving Pichel y Ernest B. Schoedsack, 1932), Agente 007 contra el doctor No (Dr. No, Terence Young, 1962) exhibe clasicismo por los cuatro costados y funciona magníficamente como carta de presentación del más famoso espía con licencia para matar. El doctor No (Joseph Wiseman), ese malvado científico oculto en una isla maldita sobre la que nadie se atreve a poner el pie, se erige como el primer gran villano de la serie, mientras que Honey Rider (Ursula Andress) es la primera gran chica Bond y una de las más inolvidables. La imagen de Honey surgiendo del agua con su mítico bikini blanco es uno de los grandes iconos del cine de los 60, pero la escena de presentación de Bond durante una partida de cartas también vale su peso en oro.

9. Nunca digas nunca jamás


     Nunca digas nunca jamás (Never say never again, Irvin Kershner, 1983) es un título muy especial por varios motivos: por su carácter apócrifo al ser la única película de 007 realizada al margen de la franquicia creada por Albert R. Broccoli y Harry Saltzman; por tratarse de un remake al tomar como base el mismo argumento en el que ya se había inspirado Operación Trueno (Thunderball, Terence Young, 1965); y por suponer la última aparición de Bond bajo los rasgos de Sean Connery, quien tras varios años alejado de la saga regresó al personaje con el que saltó a la fama. Y ese es precisamente el mayor atractivo de Nunca digas nunca jamás: la divertida e irónica interpretación de Connery, quien consciente de su edad y de su madurez como intérprete encarna a un Bond en decadencia y a un paso del retiro pero que, reacio a dejarse vencer por el paso de los años, vive sus aventuras con la misma actitud irreverente que exhibía cuando ingresó en el servicio secreto británico. Mención especial para Fatima Blush, una perversa e insaciable asesina a la que da vida una explosiva Barbara Carrera.

10. El mundo nunca es suficiente


     En mi opinión el mejor Bond interpretado por Pierce Brosnan, El mundo nunca es suficiente (The world is not enough, Michael Apted, 1999) aporta numerosos elementos de gran interés, entre ellos una mayor implicación emocional de Bond en su misión que viene sugerida por el propio título de la película, una referencia a Al servicio secreto de Su Majestad. Pero a diferencia del título protagonizado por Lazenby, en esta ocasión el gran enemigo de 007 no será un hombre sino una mujer: si en un primer momento el villano de la película parece ser Renard (Robert Carlyle), un terrorista con una bala alojada en su cerebro que le hace insensible al dolor físico, al final será la atractiva Elektra King (una estupenda Sophie Marceau) la que acabará demostrando su capacidad para manipular a todo hombre que caiga en sus brazos. La espectacularidad es otro de los puntos fuertes de esta entrega: la persecución en lancha por el río Támesis es una de las mejores secuencias de acción de toda la saga.

viernes, 5 de octubre de 2012

Michael Giacchino y los mejores temas musicales de PERDIDOS



     Advertencia: Recomiendo a todo aquel que desconozca la serie de televisión Perdidos que no lea el siguiente artículo a menos que no le importe conocer algunas características fundamentales de la trama y de sus personajes. Aunque los aspectos de la serie a los que me referiré representan una ínfima parte de los cientos de sorpresas que depara Perdidos, una serie como esta merece ser disfrutada con la menor cantidad de información previa que sea posible.

     Creada por J.J. Abrams, Damon Lindelof y Jeffrey Lieber, Perdidos (Lost) empezó a ser emitida en noviembre de 2004, finalizando en mayo de 2010 tras seis temporadas que la convirtieron en una de las series de televisión más populares de las últimas décadas. Estos seis años también fueron fundamentales para la trayectoria profesional del compositor de su banda sonora, Michael Giacchino: si poco después del inicio de la serie el músico lograba su primer gran éxito en el mundo del cine con Los increíbles (The incredibles, Brad Bird, 2004), en el momento de la emisión del último capítulo de Perdidos Giacchino acababa de obtener un Oscar por la partitura de Up (id, Pete Docter y Bob Peterson, 2009) y ya era unánimemente reconocido como uno de los mejores compositores de bandas sonoras en activo. La partitura de Perdidos se encuentra de este modo en una etapa crucial de la obra de este compositor, siendo además uno de sus trabajos más admirados. Y es que la extraordinaria música de Giacchino acabó convirtiéndose en una de las principales señas de identidad de esta serie protagonizada por los supervivientes del vuelo 815 de la compañía aérea Oceanic que, en el transcurso de un viaje de Sídney a Los Ángeles, se estrella en una isla en la que todo es posible.

     A lo largo de las seis temporadas de Perdidos, el compositor de Super 8 (id, J.J. Abrams, 2011) construyó un apasionante e inconfundible universo musical compuesto por decenas de leitmotivs dedicados a todos los personajes importantes de la trama, así como por magníficos temas de amor, acción y misterio que ayudaron a engrandecer una serie en mi opinión fascinante a pesar sus (pequeñas) imperfecciones. El resultado no solo es la obra más completa y memorable de su compositor, sino probablemente una de las bandas sonoras más impresionantes jamás compuestas para una serie televisiva. Es tal la riqueza de esta espléndida partitura que casi cualquier análisis que se le dedique tiene que resultar forzosamente superficial o incompleto; al respecto recomiendo la lectura del exhaustivo y excepcional estudio llevado a cabo por Óscar Giménez en la imprescindible web BsoSpirit. Mi pequeña aproximación a la banda sonora de Perdidos consistirá en cambio en una selección puramente subjetiva de sus diez mejores temas, secuenciados aproximadamente según el orden cronológico con el que aparecen en la serie o adquieren un papel relevante en la partitura.

El tema de la vida y la muerte

     De entre la multitud de temas compuestos por Giacchino para Perdidos, probablemente el más famoso de todos sea el tema de la vida y la muerte, una hermosa melodía de piano que aparece en algunos de los momentos más importantes de la historia. Su primera gran aparición se produce en la primera temporada, cuando uno de los personajes principales fallece al mismo tiempo que Claire (Emilie de Ravin) da a luz a su hijo Aaron. A partir de este momento el tema de la vida y la muerte suele aparecer con diferentes variaciones casi siempre que uno de los pasajeros del vuelo 815 muere, aunque la mejor versión de dicho tema aparece durante la extraordinaria secuencia que pone fin a la primera temporada. Si hasta ese momento de la serie hemos ido conociendo el pasado de sus protagonistas y los motivos que les llevaron a emprender el viaje de Sídney a Los Ángeles, en un último flashback por fin les vemos subir a bordo del avión que cambiará sus vidas para siempre. El excepcional talento de Giacchino para pasar de la emotividad al suspense en un abrir y cerrar de ojos queda reflejado hacia el final de la secuencia, cuando la acción regresa al presente y Jack (Matthew Fox) y Locke (un antológico Terry O’Quinn) asoman la mirada por una extraña escotilla que no desvelará sus misterios hasta la segunda temporada.


Los temas de Locke

     En mi opinión el mayor atractivo de Perdidos no reside en sus constantes giros argumentales ni en su interminable sucesión de misterios, sino en su extensa y fascinante galería de personajes. En este sentido resultan fundamentales los innumerables flashbacks que, sobre todo durante las tres primeras temporadas de la serie, muestran cómo eran las extrañas vidas de los protagonistas antes de que el destino les uniera en la enigmática isla. Estos constantes saltos temporales no solo consiguen dotar de gran misterio a los personajes, sino que además les confiere infinidad de matices humanos, logrando que todos ellos sean difíciles de olvidar para el espectador. Uno de los personajes más memorables es sin duda John Locke, quien a diferencia de los demás supervivientes no ve su reclusión en la isla como una maldición sino como una segunda oportunidad. Y es que la vida de Locke adquiere un sentido en la isla que nunca tuvo fuera de ella, tal y como se encargan de demostrar sus dolorosos recuerdos.

     Coherentemente con la idea de que la vida de Locke a partir de su llegada a la isla no tiene nada que ver con la de antes, Michael Giacchino le dedica no uno sino varios temas propios. El primero de ellos está relacionado con sus peligrosas aventuras en la isla, remarcando gracias a una poderosa percusión el valor y la valentía que convertirán a este personaje en una figura esencial para la supervivencia del grupo. La primera aparición de este tema se produce cuando Locke se da a conocer al resto de supervivientes demostrando un insospechado conocimiento del mundo de la caza y una inesperada habilidad con los cuchillos.


     Otro gran tema musical dedicado a Locke está en cambio relacionado con su pasado, acompañando los momentos más trágicos de su tortuosa existencia. La primera aparición de este leitmotiv se produce durante el famoso flashback que revela que antes de sufrir el accidente aéreo Locke sufría una parálisis que le impedía caminar… y que inexplicablemente recobró la sensibilidad de sus piernas en cuanto llegó a la isla.


El tema de Hugo

     Otro memorable personaje de Perdidos es Hugo Reyes, Hurley para los amigos, encarnado con gran simpatía por Jorge Garcia. Al igual que el resto de protagonistas, el entrañable Hugo demostrará esconder más de un secreto acerca de su pasado, especialmente en lo referente a una insólita maldición que parece perseguirle desde que usó ciertos números para ganar un importante premio de lotería. El principal tema musical asociado a Hugo es bastante sencillo pero tremendamente efectivo, y consiste básicamente en la repetición de unas pocas notas que, según la situación en la que aparecen, adquieren un tono distendido o por el contrario inquietante. Un buen ejemplo aparece durante el brillante flashback en el que Hugo visita a una mujer que le proporciona sorprendentes datos acerca de los intrigantes números, momento en el que la música adquiere un carácter misterioso y enfermizo.


El tema de la partida

     Otro de los grandes méritos de Perdidos es su talento para construir varias tramas paralelas que siempre acaban hallando su momento de máxima intensidad en los capítulos finales de cada temporada. Un gran ejemplo se encuentra hacia el final de la primera en uno de los momentos más recordados de la serie y de la obra de Giacchino: la partida de una expedición compuesta por Sawyer (Josh Holloway), Jin (Daniel Dae Kim), Michael (Harold Perrineau) y su hijo Walt (Malcolm David Kelley) en una balsa que ellos mismos han construido y con la que pretenden adentrarse en el mar en busca de ayuda. La belleza de la secuencia, con una primera parte en la que los cuatro personajes se despiden de sus amigos y una segunda en la que la nave inicia su viaje, está sublimada por la excepcional banda sonora, cuya fuerza crece gradualmente a medida que se acerca el momento de la partida. Se trata con toda probabilidad de uno de los mejores temas jamás compuestos por Michael Giacchino.


El tema de Juliet

     Si durante las dos primeras temporadas de la serie apenas se aporta información sobre los Otros, los enigmáticos habitantes de la isla que residen en ella desde hace décadas y que acosan constantemente a los protagonistas, durante la tercera temporada por fin se develan numerosas incógnitas sobre tan misterioso grupo. Sin embargo una de las mayores sorpresas la depara Juliet (una maravillosa Elizabeth Mitchell), quien a pesar de formar parte de los Otros permanece en la isla en contra de su voluntad y pronto demostrará tener tantas ganas de regresar a casa como los supervivientes del vuelo de Oceanic. El espléndido tema de Juliet aparece por primera vez en la secuencia en la que los Otros, con Jack como prisionero, se trasladan en barco a la isla principal desde la cercana isla Hydra; dicha secuencia relaciona a varias parejas de la serie, entre ellas la formada en ese momento por Sawyer y Kate (Evangeline Lilly), con los sugerentes cruces de miradas que intercambian Jack y Juliet, anunciando de este modo la importancia que la atractiva mujer tendrá en la evolución del triángulo amoroso formado por esos personajes.


El tema de Ben

     También en relación con los Otros aparece Ben Linus (un excelente Michael Emerson), uno de los personajes más interesantes y complejos de Perdidos. Tan despiadado como sensible, tan manipulador como valiente a la hora de proteger una isla por la que está dispuesto a darlo todo, Ben adquirirá poco a poco una riqueza de matices que trastocará su siniestra caracterización inicial. No es de extrañar en este sentido que la música que le dedica Giacchino refleje los claroscuros de su personalidad, describiendo tanto lo inquietante de sus métodos como lo nostálgico de su carácter. El tema de Ben aparece en incontables ocasiones, pero sin duda una de las más destacadas es la que ilustra el flashback que nos descubre la participación de este personaje en el conflicto que enfrentó a los Otros con los miembros de la Iniciativa Dharma, la misteriosa compañía que en el pasado realizaba extraños experimentos científicos en la isla. El paseo de Ben por el campamento Dharma, completamente desolado tras la muerte de todos sus habitantes, está acompañado por una hermosa y melancólica variación de su leitmotiv, que combina el piano con la sección de cuerda, en el que en mi opinión es uno de los mejores pasajes musicales de toda la serie.


El tema de amor de Desmond y Penny

     Además del triángulo amoroso formado por Jack, Kate y Sawyer, a lo largo de la serie se van consolidando diferentes historias de amor como las protagonizadas por Jin y Sun (Yunjin Kim), Charlie (Dominic Monaghan) y Claire o Sayid (Naveen Andrews) y Nadia (Andrea Gabriel). Sin embargo ninguna de ellas resulta tan conmovedora como la que describe la relación a distancia entre Desmond (un genial Henry Ian Cusick), un desesperado náufrago que lleva viviendo en la isla desde mucho antes de que llegaran a ella los supervivientes del vuelo 815, y Penny (Sonya Walger), la gran mujer de su vida a la que no ve desde hace años pero cuyo recuerdo le ayuda a seguir con vida. Giacchino dedica a estos dos personajes un extraordinario tema de amor cuyo romanticismo se desata en una de las secuencias más emocionantes de la serie, aquella en la que Desmond consigue hablar con Penny por primera vez en mucho tiempo gracias a una corta pero intensa llamada telefónica.


El tema de los seis de Oceanic

     Si durante las tres primeras temporadas de la serie las aventuras en la isla están enriquecidas por los recuerdos de cada uno de los protagonistas que aparecen visualizados en forma de flashbacks, en la cuarta temporada dicha pauta se rompe de manera inesperada. En una opción narrativa tan sorprendente como arriesgada, la acción empieza a saltar intermitentemente hacia adelante a través de numerosos flash-forwards que nos descubren, entre otras cosas, que varios de los personajes principales conseguirán regresar a sus hogares en un futuro próximo, si bien ello no significa que su relación con la isla vaya a terminar. Michael Giacchino despliega durante estos flash-forwards uno de los mejores temas de Perdidos, un emocionante leitmotiv dedicado a esos seis supervivientes del vuelo 815 de Oceanic que consiguen regresar a casa. Con una soberbia combinación de romanticismo y tristeza, en correspondencia con el desamparo de unos personajes que ya se sienten extraños en cualquier parte, esta melodía reaparecerá con frecuencia en las temporadas finales de la serie funcionando no solo como acompañamiento de esos seis personajes sino del grupo entero de supervivientes, convirtiéndose de este modo en uno de los temas más importantes de la partitura.


El tema de la llegada a Los Ángeles

     ¿Qué les habría sucedido a los protagonistas de Perdidos si el vuelo en el que viajaban no se hubiera estrellado en la isla? En cierto modo dicha pregunta halla su respuesta en la sexta y última temporada de la serie, durante la cual aparecen numerosas fugas narrativas en las que se especula sobre cómo habrían podido ser las vidas de los pasajeros del vuelo de Oceanic si éste hubiera conseguido llegar a Los Ángeles con completa normalidad. Si bien el sentido real de estas secuencias no queda del todo claro hasta el último episodio de Perdidos, lo cierto es que tan curiosa pauta narrativa funciona como un acertado contrapunto a la conclusión de las aventuras en la isla, aportando además secuencias de gran emoción. Una de ellas es sin duda la del esperado aterrizaje del vuelo 815 en el Aeropuerto Internacional de Los Ángeles, secuencia embellecida por una melancólica melodía iniciada con el piano y a la que lentamente se le añade la sección de cuerda hasta lograr un crescendo de notable emotividad.


El tema final

     Jamás compartiré el rechazo que un gran número de seguidores de Perdidos sienten hacia la conmovedora secuencia con la que finaliza esta serie inolvidable. La conclusión de Perdidos me parece sencillamente maravillosa, y por varios motivos: primero, por finalizar la serie con una nueva e inesperada vuelta de tuerca, obligando al espectador a replantearse gran parte de lo visto durante los últimos capítulos; segundo, por lograr una secuencia de gran intensidad emocional que quedará grabada en la memoria de todo aquel que haya llegado a sentir un gran cariño hacia los personajes de la serie; tercero, por el magnífico modo con el que consigue cerrar la historia enlazando con el inicio de la serie y, al mismo tiempo, expandiendo sus horizontes narrativos; y cuarto, por el memorable acompañamiento musical de Michael Giacchino, quien da lo mejor de sí mismo en el tema final de su fascinante banda sonora. Este tema, de casi ocho minutos de duración, tiene una primera parte centrada en el personaje de Jack, con una versión lenta e intimista de su leitmotiv, y una segunda en la que aparecen los demás protagonistas de la serie, momento en el que la emoción se desata con una portentosa combinación de varios temas referidos al grupo colectivo de personajes, entre ellos el de los seis de Oceanic y el de la vida y la muerte. Un broche de oro magistral para una monumental partitura destinada a marcar un antes y un después en las bandas sonoras compuestas para la televisión.