lunes, 9 de agosto de 2010

TOY STORY 3: El colofón de una trilogía ejemplar



     Sobre todo vista desde la perspectiva actual, la primera entrega de Toy story (id, John Lasseter, 1995) puede ser apreciada como un film-manifiesto de la productora Pixar y como un brillante borrador de futuros logros de la compañía. Y es que ya desde su primer largometraje los artesanos de Pixar desarrollaron un estilo propio, basando la mayor parte de su efectividad en un excelente guión caracterizado por un punto partida sumamente original (que básicamente respondía a esta pregunta: ¿qué pasaría si los juguetes cobraran vida cuando no están a la vista de los seres humanos?) y por una entrañable galería de personajes, además de un sentido del humor apto para todas las edades pero que, gracias a su inteligencia e ingenio, era capaz de ganarse el corazón de los espectadores más adultos. Pero, qué duda cabe, si por algo destacó Toy story fue por el arrollador carisma de sus dos protagonistas: Woody, el juguete con apariencia de vaquero que se desvive por hacer feliz a su propietario Andy, y Buzz Lightyear, un apuesto juguete que cree ser realmente un astronauta. Su ritmo endiablado, la química entre sus dos personajes principales y la novedosa técnica de animación por ordenador convirtieron a Toy story en un clásico de los 90 y en un punto y aparte en el mundo de los dibujos animados.

     Toy story 2 (id, John Lasseter, Ash Brannon y Lee Unkrich, 1999) es una de esas películas que desacreditan una vez más la famosa frase de “segundas partes nunca fueron buenas”. Dotada de un guión aún más brillante que el de la primera entrega, Toy story 2 dividía su acción en dos subtramas paralelas: el secuestro de Woddy por parte de un coleccionista de juguetes que pretendía venderlo a un museo, y los esfuerzos de Buzz y los demás juguetes por rescatarle y devolverle al hogar de Andy. Ambas líneas narrativas se unían en un espléndido final en el aeropuerto que adelantaba la no menos magnífica secuencia final en la fábrica de puertas de Monstruos S.A. (Monsters, Inc., Pete Docter, David Silverman y Lee Unkrich, 2001). El excelente sentido del humor, más adulto que el de la primera entrega, y las estupendas secuencias de aventuras, repletas de imaginación e inventiva, anunciaron un importante paso adelante por parte de Pixar, dando paso así a una etapa de esplendor -dicho sea sin menospreciar los logros no solo del primer Toy story sino también de Bichos (A bug’s life, John Lasseter y Andrew Stanton, 1998)-. Toy story 2 me parece aún hoy una de las mejores películas de la compañía, a la altura de las inmediatamente posteriores Monstruos S.A., Buscando a Nemo (Finding Nemo, Andrew Stanton y Lee Unkrich, 2003) y Los increíbles (The incredibles, Brad Bird, 2004).

     Ante tan brillantes precedentes lo mejor que se puede decir de Toy Story 3 (id, Lee Unkrich, 2010) es que no solo no decepciona, sino que además supone un brillante colofón a tan maravillosa trilogía. Además se trata de una película que tiene la virtud de no intentar disimular el importante lapso de tiempo (nada menos que once años) transcurrido desde el estreno de Toy Story 2; de hecho esta tercera parte sabe aprovechar esa circunstancia convirtiéndola en su razón de ser: aquí Andy ya no es un niño pequeño, sino un adolescente a punto de marchase a la universidad y que desde hace ya mucho tiempo no juega con sus juguetes. La actitud de éstos, al tratar de llamar la atención de su propietario esperando de manera ilusa un regreso a su época de esplendor, tiñe de notable amargura y melancolía esta Toy Story 3, que bajo su apariencia de película infantil se permite reflexionar sobre temas que nos atañen a todos como el paso del tiempo, el fin de la infancia o la transición a la madurez.

     Siguiendo un esquema argumental muy parecido al de la segunda entrega de la serie, la mayor parte de Toy Story 3 se divide en dos líneas narrativas: las desventuras de Buzz y los demás juguetes en un parvulario en el que son maltratados por unos niños demasiado pequeños para jugar con ellos, y los intentos de Woody por rescatar a sus amigos y regresar a su hogar antes de que Andy se marche a la universidad, en una carrera contra el tiempo por lo demás muy similar a la que se producía en las dos partes anteriores. Las similitudes con Toy story 2 se acentúan en el tétrico personaje de Lotso, cuyo cometido en la trama resulta muy similar al del granjero Pete de la segunda entrega. Pero si algo aporta Toy story 3 es un divertido homenaje a las películas de fugas carcelarias -con La gran evasión (The great scape, John Sturges, 1963) a la cabeza- durante toda la parte que narra los intentos de fuga del parvulario. De nuevo brilla con esplendor la habilidad de los genios de Pixar para las secuencias de aventuras, con ejemplos tan brillantes como la fuga inicial de Woody en solitario, la huida posterior con los demás juguetes o la dramática y emocionante secuencia en el vertedero.

     Toy story 3 es un prodigio en imaginación e inventiva visual. Merece la pena rememorar instantes tan originales como aquel en el que un juguete desmontable es capaz de ver con el ojo que ha perdido en un sitio lejano, o aquel otro en el que las extremidades de otro juguete se separan de su tronco para huir de su cárcel, eligiendo posteriormente una tortita como improvisado cuerpo. También cabe destacar la riquísima paleta de colores de la película, cuyos tonos varían según las necesidades emocionales de la trama como por ejemplo durante el triste flashback que narra el pasado de Lotso, o el uso de planos inclinados o supuestamente filmados cámara en mano durante la impactante secuencia en la que los juguetes son usados sin compasión por los niños del parvulario: la puesta en escena se desequilibra así en comparación con el estilo mucho más clásico del resto de la cinta, subrayando lo que tiene de inesperada la actitud de los niños con los juguetes.

     Si como decía antes la primera Toy story puede ser vista como una declaración de principios por parte de Pixar y Toy story 2 como la puerta de entrada a su plenitud creativa, Toy story 3 puede entenderse como una muestra de agradecimiento de sus creadores hacia un público que ha crecido y madurado disfrutando de su cine. De ahí que (atención: SPOILER) esa melancólica mirada de Andy al despedirse para siempre de sus juguetes en la bella y emotiva secuencia final de Toy story 3 pueda ser vista como un sincero agradecimiento de los miembros de Pixar a un público que, al igual que Andy, se ha entretenido durante su niñez y su adolescencia con estos juguetes de los que ahora se ve obligado a despedirse.

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