jueves, 22 de abril de 2010

SEÑALES DEL FUTURO: La banda sonora de Marco Beltrami



     Recientemente he recuperado una película que se me había pasado por alto cuando se estrenó en los cines: Señales del futuro (Knowing, Alex Proyas, 2009), una notable cinta de misterio y ciencia-ficción que habría merecido una mención en mi lista de las mejores películas de 2009. Señales del futuro es un sólido largometraje que, sin más pretensión que la de ofrecer una entretenida película de género, destaca por las siguientes virtudes: una trama argumental interesante (el descubrimiento de un manuscrito con un código numérico que predice los grandes desastres que la humanidad sufrirá en el futuro); una brillante puesta en escena de Alex Proyas, más inspirado aquí que en su interesante pero sobrevalorada película de culto Dark city (id, 1998); la carismática presencia de Nicolas Cage, actor que no sé muy bien por qué siempre me ha caído de lo más simpático; y la excelente banda sonora de Marco Beltrami, quien aquí lleva a cabo una de sus mejores composiciones.

     Es posible que muchos cinéfilos destaquen de la obra de Beltrami sus composiciones para El tren de las 3:10 (3:10 to Yuma, James Mangold, 2007) y En tierra hostil (The hurt locker, Kathryn Bigelow, 2008), hasta ahora las dos únicas nominaciones al Oscar de este compositor. Sin embargo, en mi opinión donde este músico da lo mejor de sí es en el género fantástico, tal y como demuestran sus colaboraciones con Guillermo del Toro, entre las que destaca la magnífica Hellboy (id, 2004), junto con Señales del futuro su mejor trabajo hasta la fecha. Estos dos trabajos avalan a Beltrami como uno de los jóvenes talentos de la banda sonora actual, junto con Michael Giacchino, Dario Marianelli y el extraordinario Alexandre Desplat.

     La banda sonora de Señales del futuro se inicia con los inquietantes títulos de crédito, durante los cuales Beltrami introduce el misterioso tema principal de la partitura. Dicho tema, interpretado aquí por la sección de cuerda, no tardará en erigirse como el leitmotiv de la relación entre John Koestler (Nicolas Cage) y su hijo Caleb (Chandler Canterbury), uno de los aspectos más importantes del relato. Esta melodía reaparecerá bajo tonalidades más melancólicas en cortes como “John and Caleb”, “Not a kid anymore” o “John Spills”, marcando la evolución de la relación entre padre e hijo a lo lago de la película.


     La partitura reserva sus momentos más tensos y asfixiantes para las dramáticas secuencias en las que John trata de evitar los desastres vaticinados por el visionario manuscrito, destacando temas como “Door Jam”, “Thataway!” o “New York”. En estos cortes Beltrami utiliza las diferentes secciones de la orquesta marcando un ritmo frenético que refleja la lucha contra el tiempo llevada a cabo por el protagonista; destaca el uso de los pizzicatos con el violín, técnica que recuerda a las grandes partituras de ciencia-ficción y terror del maestro Bernard Herrmann.


     Más sutil e inquietante resulta la música que acompaña a las siniestras apariciones de unos extraños hombres vestidos de negro que acosan a los protagonistas. Estos y otros momentos de suspense están representados en la partitura por cortes como “EMT”, “Moose on the loose”, “33” o “Loudmouth”; en algunos de ellos el compositor introduce pequeños homenajes a la magistral partitura de Alien (id, Ridley Scott, 1979) compuesta por el tristemente desaparecido Jerry Goldsmith, no en vano antiguo profesor de Beltrami en la Universidad del Sur de California.


     Pero sin duda el punto álgido de la partitura está reservado para las secuencias finales de la película, precisamente las más discutidas aunque a mi parecer excelentes y de lo más emotivas. Merece una mención especial el tema “Caleb leaves”, el más largo de la banda sonora y sin duda una de las mejores composiciones de la carrera de Beltrami. El músico arranca el tema desarrollando de forma plena el leitmotiv de John y Caleb (tocado sucesivamente con cuerda y piano), culminando musicalmente la relación entre padre e hijo. En la segunda mitad del tema Beltrami da rienda suelta a su talento, ilustrando las imágenes más espectaculares de la cinta con una portentosa melodía que mezcla los coros con un sensacional trabajo de las secciones de viento y cuerda.


     Cabe añadir que las dramáticas imágenes finales en Nueva York están acompañadas en la película por un fragmento de la Sinfonía nº 7 en A mayor de Ludwig van Beethoven. De todos modos el álbum de la banda sonora editado por Varese Sarabande incluye el tema que Beltrami había compuesto originalmente para estas escenas, suponiendo un colofón estupendo para una partitura antológica que promete un futuro mucho más optimista para el compositor que el que describe Alex Proyas en su película.


jueves, 8 de abril de 2010

EL ESCRITOR (THE GHOST WRITER): Una lección de cine de la mano de Roman Polanski



     En su añorado programa de televisión ¡Qué grande es el cine! (1995-2005) José Luis Garci argumentaba que todas las grandes películas pertenecen a un mismo género: el de cuando no puedes apartar los ojos de la pantalla. Si aceptamos que tal género existe, El escritor (The ghost writer, 2010), la nueva y esperemos que no última película de Roman Polanski, se inscribe en él con todos los honores. A sus setenta y siete años el director de La semilla del diablo (Rosemary’s baby, 1968) sigue demostrando un sentido magistral de la narración, un dominio tan absoluto de los resortes del relato de suspense que consigue que nada sobre ni falte en esta película: cada secuencia nos dice algo importante, cada detalle contribuye a que la tensión progrese in crescendo hasta desembocar en una conclusión tan perfecta como sobrecogedora.

     El título original de la película, The ghost writer, se refiere a lo que en España se conoce como un negro, es decir, la figura de un escritor en la sombra que redacta lo que otro publica en su lugar. Ese es el cargo que acepta el personaje interpretado por Ewan McGregor, cuyo nombre jamás es pronunciado en la película, al aceptar el encargo de escribir la supuesta autobiografía del ex primer ministro británico Adam Lang (Pierce Brosnan). Sin embargo ese título también puede ser entendido en su sentido literal, refiriéndose a ese escritor fantasma que precedió al protagonista en su tarea hasta fallecer en extrañas circunstancias y cuya sombra planea sobre toda la trama. De un modo muy polanskiano el protagonista empieza a obsesionarse con el desaparecido negro, planteándose serias dudas sobre las circunstancias que rodearon a su muerte. Ese progresivo estado paranoico va parejo al paulatino desenmascaramiento de Lang como un político sin escrúpulos capaz de cometer crímenes de guerra en pos de la presunta seguridad nacional.

     Casi no hace falta decir que el personaje de Lang está clarísimamente inspirado en el ex primer ministro Tony Blair, lo que en principio serviría para encuadrar a El escritor dentro de la prolífica corriente actual del thriller político. Sin embargo lo que hace grande a El escritor es el talento de Polanski para apropiarse de tan interesante material para dejar su firma en cada secuencia de la película. El resultado final es tan personal que puede ser visto como un completo catálogo de las obsesiones del director: están el fatalismo, la atmósfera opresiva de los escenarios, el carácter ambiguo de los personajes e incluso la estructura circular del relato, tan querida por el autor de Chinatown (id, 1974). Pero está sobretodo la ironía con la que el director observa un mundo sórdido, inquietante y peligroso dominado por la mentira. De un modo casi shakesperiano todos los personajes de El escritor ocultan secretos y no dudan en traicionar a sus seres queridos: Adam Lang y su esposa Ruth (Olivia Williams) se engañan mutuamente; asimismo la secretaria del político, Amelia (Kim Cattrall), engaña a su propio marido acostándose con su jefe; uno de los miembros del gabinete de Lang, Robert Rycart (Robert Pugh), no duda en denunciar públicamente las irregularidades de su superior; los ejecutivos de la editorial que pretende publicar el libro de memorias de Lang ve en cada escándalo protagonizado por el político una oportunidad de aumentar las ventas... Incluso el escritor sin nombre no deja de traicionarse a sí mismo, poniendo su talento literario al servicio de siniestros y corruptos políticos.

     Dos elementos muy propios del cine de Polanski brillan con intensidad en El escritor: el tratamiento opresivo de los espacios y la subjetividad del punto de vista. En lo referente a lo primero Polanski, con la inestimable ayuda del director de fotografía Pawel Edelman, hace gala de su famosa habilidad para los interiores claustrofóbicos situando a su protagonista en solitarias habitaciones de hotel y tristes restaurantes a altas horas de la madrugada; pero sin duda el espacio que merece una mención especial es la mansión de Adam Lang, de una arquitectura interna tan moderna como fría y estéril. El tratamiento de los exteriores también contribuye a la densa atmósfera de misterio de la película: playas deshabitadas y bosques frondosos, filmados siempre de noche o bajo amenaza de tormenta, sirven para exteriorizar la soledad y el desasosiego que persiguen al escritor.

     En lo que respecta al punto de vista, y al igual que sucede en gran parte de la filmografía del director de El pianista (The pianist, 2002), El escritor está vista exclusivamente desde el punto de vista del protagonista, quien está presente en todas las escenas de la película a excepción de la del prólogo. Este aspecto es más importante de lo que puede parecer, puesto que la percepción que el protagonista tiene de su entorno determina la tensión de la puesta en escena. A ello contribuye la ambigüedad de algunos de los personajes que encuentra a lo largo de su pesadilla: el hombre misterioso que le hace preguntas impertinentes en el hotel o el fornido guardaespaldas de Rycart que registra sus pertenencias cobran un inquietante matiz a los ojos del escritor, quien en su progresiva desesperación no puede fiarse de nada ni de nadie. La subjetividad del relato alcanza cotas verdaderamente notables en la excelente secuencia en la que el escritor, primero en coche y después a bordo de un ferry, huye del acoso de dos misteriosos personajes: Polanski hace gala de su sabiduría fílmica al no acercar su cámara a los rostros de los perseguidores, siendo éstos vistos siempre desde el punto de vista del protagonista.

     El escritor es una magnífica película que acumula un buen número de secuencias antológicas: la primera escena, que con una extraordinaria economía narrativa describe la desaparición del primer negro de Lang; el atraco sufrido en plena calle por el protagonista minutos después de haber aceptado hacerse cargo del manuscrito; el encuentro con un anciano (Eli Wallach) que dice saber más cosas acerca de la muerte del anterior escritor; la larga secuencia en la que el protagonista reconstruye las últimas acciones que su predecesor llevó a cabo antes de morir; o el extraordinario plano final, con toda probabilidad el mejor cierre que una película haya tenido en mucho tiempo. Las excelentes interpretaciones de todo el reparto, desde un sensacional Ewan McGregor hasta unos brillantes Pierce Brosnan, Olivia Williams y Tom Wilkinson, así como la soberbia banda sonora de Alexandre Desplat, contribuyen al resultado final de una película que demuestra por qué Roman Polanski tiene un lugar asegurado en la Historia del Cine.