viernes, 22 de octubre de 2010

THE PACIFIC: Lucha a vida o muerte en las islas del Pacífico


     Dentro de la filmografía como director de Steven Spielberg su película Salvar al soldado Ryan (Saving private Ryan, 1998) supone, entre otras cosas, la culminación de su interés por la Segunda Guerra Mundial, tema que ya había tratado directamente en uno de sus peores trabajos, 1941 (id, 1979), y en dos de los mejores, El imperio del sol (Empire of the sun, 1987) y La lista de Schindler (Schindler’s list, 1993). Pero por otro lado esa famosa cinta bélica supuso el inicio de su colaboración con el actor Tom Hanks, quien no solo volvió a actuar a sus órdenes en otros dos espléndidos largometrajes, Atrápame si puedes (Catch me if you can, 2002) y La terminal (The terminal, 2004), sino junto con quien se encargó de producir dos lujosas miniseries de televisión, de diez episodios cada una, dedicadas a mostrar la intervención del ejército estadounidense en diferentes frentes bélicos durante la Segunda Guerra Mundial: de este modo si Hermanos de sangre (Band of Brothers, 2001) seguía a los miembros de la compañía Easy en su incursión en Europa tras el desembarco de Normandía, la reciente The Pacific (id, 2010) se ocupa, tal y como su título indica, de la campaña del Pacífico.

     Aun partiendo de un planteamiento dramático muy similar, consistente en recrear las vivencias de personajes reales que combatieron en la guerra (algunos de los cuales aparecen en breves entrevistas cuya emisión precede a la de los capítulos), existen importantes diferencias entre las dos series. Mientras que Hermanos de sangre se centra en el retrato de los miembros de la compañía Easy, mostrando su evolución a lo largo del conflicto, en The Pacific el protagonismo se reparte entre tres soldados: Robert Leckie (James Badge Dale), un hombre maduro e inteligente que trata de conservar su cordura en el campo de batalla; John Basilone (Jon Seda), quien tendrá que llevar a cuestas una etiqueta, la de héroe de guerra, con la que no se siente a gusto pero que tendrá que lucir a su pesar; y Eugene Sledge (Joseph Mazzello), prácticamente un adolescente que perderá toda su inocencia tras su bautismo de fuego. A diferencia de la anterior serie producida por Spielberg y Hanks en The Pacific no se explora la relación entre estos personajes, ya que en escasas ocasiones coinciden en sus destinos; por el contrario cada capítulo se centra en uno u otro personaje según su participación en las batallas más importantes de la campaña. De este modo se muestran a lo largo de la serie las operaciones bélicas de Guadalcanal, Cabo Gloucester, Peleliu, Iwo Jima y Okinawa. Este procedimiento, completamente respetable dado que permite mostrar cada hecho histórico con sus protagonistas reales, conlleva uno de los principales defectos que para mi gusto tiene The Pacific: al saltar de unos personajes a otros se impide que el espectador se identifique completamente con ellos y que contemple la evolución de los protagonistas a lo largo de los años.

     La temática de la serie hará pensar a más de uno que nos encontramos ante un producto televisivo marcadamente patriotero, dedicado a mitificar la intervención de los soldados estadounidenses en una campaña, la del Pacífico, en la que consiguieron algunas de sus más importantes victorias. Sin embargo The Pacific rehúye desde el principio de la exaltación patriótica, buscando en todo momento un hiriente realismo que no escatima recursos a la hora de mostrar el deterioro físico y psicológico que la guerra conlleva para quienes forman parte de ella. Resulta enormemente significativo que, a pesar de narrar algunos de los combates más célebres de la contienda, la serie reniegue de la épica y se decante en mostrar las vivencias de los soldados en su día a día en las islas del Pacífico. The Pacific es una serie que se toma su tiempo en mostrar el cansancio y la desesperación de los soldados, mostrándonos no solo sus hazañas en pleno combate sino las enfermedades que contraen, sus problemas de higiene, el hambre, el desigual reparto de suministros según el rango que se ocupa dentro de la jerarquía militar, la falta de munición, las dificultades para dormir al raso mientras no cesan de escucharse disparos o bombardeos de algún sitio no muy lejano… Secuencias como aquélla en la que los soldados se ven obligados a liquidar a uno de sus propios hombres, quien al gritar en sueños amenaza con delatar la posición de todo su pelotón al enemigo, o esa otra en la que los norteamericanos se divierten cruelmente practicando el tiro al blanco contra un japonés desarmado, demuestran el realismo perseguido por los responsables de The Pacific, serie protagonizada no por héroes sino por seres humanos.

     Esa visión hiperrealista de la Segunda Guerra Mundial no le resta espectacularidad a la serie. Por el contrario secuencias como la primera escaramuza nocturna en Guadalcanal, el desembarco en Peleliu o el combate en las playas de Iwo Jima, que concluye con un magnífico plano cenital sobre el campo de batalla, no tienen nada que envidiar a las más recientes superproducciones bélicas vistas en la gran pantalla, tanto en lo que se refiere a la riqueza de medios de los que se ha dispuesto a la hora de filmarlas como a la violencia y la crudeza que contienen sus imágenes. Pero si algo acaba destacando en The Pacific es el retrato del sufrimiento de una generación de jóvenes que viven cada día del conflicto sintiendo miedo o puro terror. Significativamente en un episodio un soldado admite que ya le trae sin cuidado quién gane la guerra en Europa, pues lo único que le importa a esas alturas de la contienda es sobrevivir; más adelante otro militar admitirá que ya no sueña con volver vivo a casa, sino tan solo con morir rápidamente de un disparo…

     A pesar de sus virtudes The Pacific no alcanza el nivel de brillantez de Hermanos de sangre, quizá porque no consigue trazar un retrato tan cálido y emotivo de unos hombres que viajan juntos a un infierno en el que pueden morir en cualquier momento. Pero a pesar de ello The Pacific es una serie más que recomendable y en ocasiones digna de aplauso no solo por su excelente acabado formal, sino por su atrevimiento a la hora de visualizar la guerra de un modo menos convencional del esperado.


viernes, 1 de octubre de 2010

Secuencias antológicas: La persecución automovilística de BULLITT


     No cabe la menor duda de que el protagonista de Bullitt (id, Peter Yates, 1968) es uno de los personajes más emblemáticos de entre los interpretados por Steve McQueen. Individualista, solitario y taciturno, el Frank Bullitt encarnado por McQueen es un duro agente de la ley continuamente enfrentado a la burocracia y a la corrupción del sistema, características que hacen de este personaje un precedente del inspector Harry Callahan interpretado por Clint Eastwood en la saga iniciada con Harry el sucio (Dirty Harry, Don Siegel, 1971). Tal y como en una ocasión le reprocha su novia Cathy (Jacqueline Bisset), Bullitt es un ser inmunizado contra la violencia que de manera impasible contempla día tras día, en una triste rutina que le ha familiarizado en demasía con la peor cara de la sociedad. Curiosamente, y tal y como mostraba David Fincher en su magnífica Zodiac (id, 2007), Bullitt es un personaje de ficción inspirado en muchos aspectos en la figura real de David Toschi, uno de los policías que investigaron el caso jamás resuelto del Asesino del Zodíaco.

     El paso del tiempo a tratado bien y mal a Bullitt. Por un lado el paso de los años ha puesto de manifiesto que no se trata ni de una de las mejores películas protagonizadas por Steve McQueen -Los siete magníficos (The magnificent seven, John Sturges, 1960), La gran evasión (The great escape, John Sturges, 1963), Nevada Smith (id, Henry Hathaway, 1966), La huida (The getaway, Sam Peckinpah, 1972)- ni de una de las mejores muestras del cine policíaco norteamericano de aquellos años -El estrangulador de Boston (The Boston strangler, Richard Fleischer, 1968), la ya citada Harry el sucio, La gran estafa (Charley Varrick, Don Siegel, 1973), Yakuza (The yakuza, Sydney Pollack, 1974), Chinatown (id, Roman Polanski, 1974)-. Pero por otra parte ese mismo paso del tiempo ha añadido a esta película una irresistible pátina de nostalgia: la ciudad de San Francisco, el vestuario de McQueen, la luminosa fotografía en color, la música de Lalo Schifrin, la estética de los títulos de crédito…, todo en Bullitt huele a años 60, lo que le confiere un peculiar encanto.

     No cabe la menor duda de que uno de los principales motivos por los que Bullitt se ha convertido en un pequeño clásico consiste en su formidable secuencia de persecución automovilística. La huida de unos violentos matones mientras son perseguidos por el mítico Ford Mustang conducido por McQueen propicia la mejor, más famosa y más imitada secuencia de la película, de tanta popularidad que no resulta exagerado afirmar que ha servido de modelo para gran parte de las persecuciones vistas en el cine de acción de las últimas décadas. Quizás otras secuencias similares en películas posteriores -French connection (The French connection, William Friedkin, 1971), ¿Qué me pasa, doctor? (What’s up, Doc?, Peter Bogdanovich, 1972), Ronin (id, John Frankenheimer, 1998)- han acabado superando a la de Bullitt, pero vista hoy ésta sigue resultando ejemplar en gran parte gracias a una excelente labor de montaje justamente premiada con un Oscar. Otros elementos que en mi opinión contribuyen al admirable resultado de esta secuencia son: la tensión acumulada durante su preámbulo, a lo largo del cual Bullitt pasa de ser el perseguido a convertirse en el perseguidor; la supresión de la música justo en el momento en el que se inicia la carrera, dejando todo el protagonismo sonoro a los rugidos de los motores y a los chirridos de las ruedas; y los excelentes planos tomados sobre el hombro de los conductores, que tienen la virtud de situar al espectador en el centro de la acción.


     Buena muestra de la popularidad que sigue teniendo esta secuencia consiste en los repetidos homenajes que ha recibido por parte de la publicidad o de los vídeos musicales. Un excelente ejemplo es un famoso spot televisivo de finales de los 90 en el que se insertaron digitalmente imágenes de Bullitt con el fin de que apareciera Steve McQueen conduciendo un Ford Puma por las calles de San Francisco: el spot es un completo tributo a la película de Yates en el que se incluyen los característicos zooms y reencuadres del cine de los 60 y el tema principal de la banda sonora de Lalo Schifrin. Al final del anuncio aparecen en el garaje de McQueen dos vehículos muy especiales: el Ford Mustang de Bullitt y la motocicleta de La gran evasión.


     Otro homenaje es el videoclip de la canción de Sheryl Crow precisamente titulada Steve McQueen (2002): en él aparecen varias referencias al actor, desde su estrella en el Paseo de la Fama en Hollywood hasta divertidas recreaciones de tres de sus famosas secuencias motorizadas: las persecuciones de Bullitt y La gran evasión y las carrera de Las 24 horas de Le Mans (Le Mans, Lee H. Katzin, 1971).