viernes, 13 de enero de 2012

La soledad del conductor: DRIVE



     No existe un solo momento a lo largo de Drive (id, Nicolas Winding Refn, 2011) en el que se pronuncie el nombre del personaje admirablemente interpretado por Ryan Gosling. Se trata, sencillamente, del conductor. De hecho es muy poco lo que sabemos de él pero, sin embargo, difícilmente podría resultar más fascinante. Siempre ataviado con una fabulosa chaqueta decorada con un escorpión dorado, el conductor es un individuo parco en palabras, solitario como el que más, que tan solo parece sentirse vivo cuando tiene las manos al volante. Poco importa que sea trabajando como mecánico en un taller, llevando a cabo las peligrosas escenas de riesgo de una película o ayudando a unos ladrones a escapar de la policía: lo único que parece dar sentido a su vida es dominar el coche como si fuera una extensión de su propio cuerpo. Al igual que el héroe del western clásico, el conductor adora la velocidad y el movimiento y se resiste a permanecer quieto, de ahí que jamás hable de su pasado ni de sus expectativas de futuro.

     Y es que el protagonista de Drive guarda muchas cosas en común con los héroes del western, como la lealtad, el honor o el apego a un férreo código moral que le permite conservar su humanidad en una densa jungla de asfalto nocturna y asfixiante. No obstante sus silencios, su soledad y su profesionalidad le relacionan íntimamente con dos personajes tan inolvidables como el asesino a sueldo de El silencio de un hombre (Le samouraï, Jean-Pierre Melville, 1967) y el anónimo conductor de Driver (The driver, Walter Hill, 1978). Tan astutos como desamparados, tan románticos como violentos, los tres antihéroes interpretados respectivamente por Alain Delon, Ryan O’Neal y Ryan Gosling viven al margen de la ley sin mayor ambición que la de ser los mejores en su trabajo, al menos hasta que sus rutinas diarias, tan escrupulosamente ordenadas como carentes de calor humano, sufren un traspiés con la llegada de una mujer. En el caso de Drive esa mujer es Irene (Carey Mulligan), la tierna y dulce muchacha que vive con su hijo Benicio (Kaden Leos) en el mismo bloque de apartamentos que el conductor. Entre los dos rápidamente surgirá un amor platónico y trágico, imposible de consumar: tal y como se aprecia en la ya famosa secuencia del ascensor, en la que el conductor besa apasionadamente a su amada segundos antes de acabar brutalmente con la vida de un peligroso matón, proteger a Irene y apartarla de su mundo de crimen y corrupción supondrá para el protagonista mostrarle su cara más violenta y agresiva; significativamente la secuencia termina con la puerta del ascensor cerrándose entre los dos enamorados, separándoles irremediablemente en dos mundos opuestos.

     Si la trama de Drive, con sus gángsters de poca monta y sus atracos que nunca salen como estaban previstos, sigue la tradición del mejor cine negro, el director Nicolas Winding Refn se esfuerza en darle a la película una pátina visual y sonora que la asemeje al cine policíaco de los 80. De ahí esas tomas nocturnas de Los Ángeles con sus inconfundibles luces de neón; de ahí esas canciones de sabor ochentero armónicamente complementadas por la música incidental de Cliff Martinez; de ahí, incluso, la curiosa grafía de los títulos de crédito, tan apropiada como deliberadamente hortera. Pero, más allá de que se sintonice o no con esa estética de los 80, no cabe la menor duda de que desde un punto de vista visual Drive es una película elegante y estilizada hasta el extremo, con un magnífico uso de la pantalla panorámica y una espléndida y colorista fotografía de Newton Thomas Sigel.

     Nicolas Winding Refn es uno de esos cineastas que confían plenamente en el poder de las imágenes para narrar sus historias y describir los sentimientos y las emociones de sus personajes. En Drive los diálogos son escasos, por lo que el cineasta dota de una gran importancia a los gestos, las miradas y las actitudes de sus excelentes actores para dotar de vida a los personajes. Existen brillantes ejemplos a lo largo de toda la película: la contemplativa mirada con la que el protagonista observa la ciudad de Los Ángeles desde su ventana en repetidas ocasiones; el modo en que detiene brevemente su coche cuando Irene le comunica que su marido está a punto de salir de la cárcel; la indiferencia con la que unas bailarinas de striptease asisten a la brutal paliza que el dueño del local en el que trabajan recibe de manos del conductor; el sudor y los repentinos temblores que se apoderan del habitualmente inmutable conductor cuando descubre la identidad del agresivo gángster al que se enfrenta… Igual de significativo resulta el diferente modus operandi ejercido por el protagonista en los diferentes delitos en los que participa: en los primeros atracos en los que se ve envuelto vemos cómo el conductor se limita a esperar en el coche mientras los ladrones llevan a cabo el hurto; por el contrario, cuando cerca del desenlace se decida a eliminar a un mafioso que está poniendo en peligro a Irene y a su hijo, el conductor, oculto tras una inexpresiva máscara, sí saldrá del coche para observar a su presa y planificar su asesinato, demostrando que en esta ocasión se trata de un asunto personal.

     No menos ejemplar resulta la puesta en escena de las secuencias de acción. Sin ir más lejos la excelente secuencia inicial, anterior a los títulos de crédito de la película, describe a la perfección la profesionalidad del conductor mientras ayuda a unos ladrones a escapar de un atraco, eludiendo inteligentemente la vigilancia policial gracias a su gran conocimiento de la ciudad angelina: la precisa planificación de la secuencia, con la cámara casi siempre en el interior del coche del conductor, transmite elocuentemente su astucia al volante y la frialdad con la que acomete los trabajos que se le encomiendan. Muy diferente es la posterior persecución que se produce tras un atraco que ha finalizado de manera trágica: en esta secuencia, mucho más rápida y adrenalítica que la anterior, abundan los movimientos de cámara y las planos que recogen las frenéticas maniobras de los coches desde el exterior, describiendo el nerviosismo del conductor ante una situación que se le escapa de las manos.

     Mucho se ha hablado de las abundantes dosis de violencia de esta película, cuya explicitud va incrementándose a lo largo de su ajustado metraje. Sin embargo incluso los momentos más sangrientos están perfectamente planificados por Nicolas Winding Refn con el fin de conferirles un sentido dentro de la narración. Así sucede por ejemplo cuando el gángster Bernie Rose (Albert Brooks) se ve obligado a eliminar a un viejo colega con el fin de mantener intacta su reputación: la manera en la que Bernie comete el asesinato, dándole un apretón de manos a su amigo mientras con la otra mano le corta las venas, transmite tanto la traición a su amistad que supone tal acto (el apretón de manos convertido en una mortal distracción) como los remordimientos que siente Bernie ante el crimen que está cometiendo (el apretón de manos como muestra de lo que queda de una vieja amistad y como piadoso método de dar muerte del modo menos doloroso posible). Momentos como éste confirman el talento de Nicolas Winding Refn y convierten a Drive en uno de los mejores y más personales thrillers de los últimos años.